FORASTERA

No llegué con equipaje que abultara lo que piensan
si acaso un par de fardos eran toda mi maleta;
el resto estaba en mi mente y los recuerdos en ella
de un pasado y un futuro que anularon el presente;
solo vivía sin saberlo una historia que fue ajena
recordando, recordando hasta el dolor más extremo
penando por una vida que era mi único afán.

Me arrancaron de mi pueblo, me alejaron de mi gente,
la vida me bamboleó y así se me fue apartando
hasta que el corazón resentido fijó un día y una hora;
entonces corrí despacio, devoré la añoranza,
salté los viejos muros y llegué a esta casa
que construiré con mis manos para que sea
como quise por siempre última morada.

No me llaman forastera, para ellos soy ermitaña
porque no corro las calles ni veo a nadie ni nada;
ignoran que mis caminos
están en otras moradas: contemplo el lecho del río,
me acerco hasta el camposanto, subo el terraplén a solas,
paseo las calles tortuosas y nadie me ve ni sabe
de la existencia más bella, más plena y más deseada.

Ayer vagué por mil montes, navegué otros tantos ríos,
aprendí de estratagemas, erudición y otras letras,
conocí diversas gentes y nunca les hallé encanto
porque en mi mente solo eran un escueto entreacto
que abocaría en un futuro presente;
hoy llegué a tocar el cielo, me fundí con esa nube
cándida de algodón y en su lecho reposé mi cuerpo
de amarguras pasadas, hasta sentir la blandura
que elevará el ascenso hacia aquellos que perdí
un aciago día; entonces sereno el espíritu
por fin también el cuerpo se asentará definitivamente.

Mª Soledad Martín Turiño