LAS CIGÜEÑAS

Las cigüeñas se han asentado
en el campanario de la vieja iglesia,
construyeron un nido en la atalaya
y otean el pueblo con garbosa arrogancia.
A veces se lanzan despacio
con las plumas plácidamente extendidas
en un vuelo elegante camino del río;
apenas baten alas cuatro o cinco veces
hasta llegar al fresco torrente y apaciguar su sed,
después hincan el pico en el lodo,
extraen el preciado alimento
y regresan altivas a sustentar su progenie.
Son testigos de una vida sencilla:
hombres que trasiegan en los campos,
mujeres que deambulan por las calles
y tal vez algún crío solitario matando el tiempo.
Ponen la nota color que falta al pueblo
castellano, cada vez más gris, macilento y apagado.
Son, a la vez, clientes fijas
de un Valderaduey pletórico de vida
que regala el alimento oculto entre sus juncos,
bajo los lodos o en el agua estancada;
y son protagonistas y usuarias únicas
de ese rio antaño lleno de bañistas,
pescadores o campesinos que regaban
sus agros secos con el agua aquella.
Hoy ya existen pocos campos, pocas tierras;
se marcharon del pueblo, lo dejaron todo,
por fortuna llegaron con un soplo de vida
para habitar el pueblo mis queridas cigüeñas.


Mª Soledad Martín Turiño