Juego del Chito y las vistas

Los años de la postguerra fueron difíciles en todas las zonas de España. La Tierra del Pan, también, tuvo que sufrir esos años de carestía y pobreza. Había, generalmente, un pantalón de pana a modo de mapamundi para casi todos los días del año. Otro pantalón, o traje los más pudientes, para la misa de los domingos y fiestas de guardar. Los niños participaban de esta “grandeur” de la época y se sumaban, con su avispamiento y riqueza imaginativa a este “non plus ultra” de aquella España triste y desarrapada. En la Tierra del Pan, que vivió sus momentos florecientes por aquellos años por causa de la autarquía y los elevadísimos precios del cereal, aunque la riqueza se marchara, como siempre, por entonces se practicaban unos juegos por los niños de la “Escuela Nacional”, en que los niños iban con los niños y las niñas iban con las niñas, salvo en algunos pueblos, como Gallegos del Pan, en que la escuela era mixta. Pues bien: había juegos propios de niñas y había juegos propios de niños.

Unos de los juegos propios de niños era el del “chito”, que consistía en colocar un canto erguido de unos 3 cm de base. Para sujetarlo se le rodeaba de tierra. Desde el chito se medían de seis a ocho pasos hacia atrás, donde se hacía una raya, desde la cual había que derribar y sacar al chito de un círculo previamente trazado. Cada cual había apostado sus “santos” (dibujo de las cajetillas de cerillas), que aquí no se ponían en el montón para conservar el lustre. El que conseguía sacar al chito del círculo cobraba en “santos”. Normalmente el que le daba de lleno lo conseguía sacar y cobraba la apuesta forrándose con las estampillas o santos. Si solamente se le daba de costado y no salía del círculo, el siguiente o siguientes tenían la posibilidad de ganar. Quien tenía buena puntería se atiborraba de santos y los más inhábiles perdían sus estampillas.

También, los más pudientes, se la jugaban a perras chicas o perras gordas (recordemos que por esa época te daban diez aceitunas negras por una perra gorda en la tasca del pueblo). En este caso el chito tenía que ser sacado del círculo y cada cual pagaba religiosamente la apuesta en el momento.

Una versión similar era la de las “vistas”, equivalente a los “santos”. La apuesta era similar. Se podían apostar tres, diez, seis o las que fueren. Una vez hecho el montón la ley era la misma que para la del chito. Quien conseguía sacar con su china o canto alonjado las que fueran, eran suyas. El resto se dirimía a seguir tirando hasta agotar las que quedaban en el interior del círculo.


Honorato Domínguez y Luis Pelayo



Refrán:
El juego lo conozco yo,
pero el jugador no.